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de viajes, travesias y salidas de cicloturismo

Fecha: 22-11-2013 #587794

Mi travesía a Pueblo Escondido.

Foto del dia 24-11-2013

en , C�rdoba, Argentina

Primer día, 12 Nov. (El sol)

Salí a la mañana del hotel, cercano al centro de Merlo con destino a Pueblo Escondido, antiguo pueblo minero abandonado en el cerro Áspero, Córdoba, ahora explotado para turismo aventura. Queda solamente a 35 km de Merlo, pero es de difícil acceso. La travesía la venía planeando hace meses, después de haber visto tantas excelentes notas en esta página. ¡Por fin había llegado el gran día!

Avenida del Sol, Avenida de los Césares (no tan fácil) y comienza la dura subida.Tras una pausa y compra de bebidas en el Mirador del Sol, seguí tranquilo, sacando fotos (aprovechando mientras para tomar aire y tener un poco de descanso), todo bien cicloturista, sin ningún apuro, disfrutando el paisaje. Sabía que el día iba a ser muy caluroso, con 32 grados de máxima; me habían tranquilizado diciendo: "arriba hace más frío", pero a medida que ascendía lo hacía también el sol (¡debí salir más temprano!). Iba disfrutando la hermosa vista pero el calor me estaba matando haciendo mucho más dificultoso el ya duro ascenso. Faltando todavía unos kilómetros para la confitería, la temperatura ya era insoportable y, al mirarme los brazos, los vi completamente rojos (no tenía protector solar) y me percaté de lo mucho que me ardían. Estaba insolado, paré bastante y tuve que quedarme un largo rato apoyado contra una ladera a la que trepé, única sombra a la vista. Después, para seguir, me tuve que sacar el casco (perdón, no lo hago nunca, pero no soportaba llevarlo), me puse una gorra y el rompevientos a modo de remera para protegerme los brazos. A pesar de todo, la sensación era de felicidad y en ningún momento se opacó, disfruté mucho el trayecto. Y me lo tomé con calma para no matarme: bastante uso le di al plato de 22 y piñón de 32.

Mucho después de lo que tenía previsto, llegué al restaurant en la cumbre. Sacarme la mochila fue un suplicio, el roce con los brazos me mataba. Frente al espejo vi mi cara completamente roja, sentía que me hervía la piel, pero no iba a abandonar. Comí junto a la ventana, a 2100 metros, con una vista única, un gran gusto después del esfuerzo. Esperé largo tiempo (arriba no hacía calor, ya que había bastante viento, pero no quería quemarme más) y continué la travesía tomando el camino Merlo-La Cruz. Una belleza; estabamos solos mi bicicleta y yo. Se escuchaba el sonido del viento y nada más. Por suerte, hasta el desvío al Cerro Áspero, todo bajada. Pero el descenso a Pueblo Escondido muy difícil, hice lo que pude en bicicleta y el resto caminé.

Por fin, arribé al increíble lugar: metido entre los cerros, en una quebrada a orillas de un hermoso arroyo. Toqué una campanita y me atendió Luis, el encargado, única persona aquel día. Después de tanto esfuerzo, grata fue la cena y dormí lo más bien a metros del arroyo escuchando el sonido del agua pasar; eso me hizo olvidar del ardor de la piel.

Segundo día, 13 Nov. (La caminata y el viento)

Al otro día, partí bien temprano (para evitar exponerme de más al sol) a pie hacia la cima del cerro, una mañana increíble acompañado de muchos hermosos pájaros. Al llegar a la cumbre quedé maravillado por la vista: todo el valle de Calamuchita, el embalse de Río Tercero y los cóndores volando en lo alto. Deambulé mucho arriba, desgasté bastante energía, útil para el regreso (había comido sólo un higo seco y tomado un sorbo de agua), pero valió la pena. Al volver al pueblo desayuné, pero ya era tarde y al mediodía no tenía demasiada hambre, así que no terminé los tallarines, a pesar de que estaban excelentes.

El problema de la vuelta seguía siendo el sol. Hasta los pinares, 5 kilómetros cuesta arriba, no había ninguna sombra y el mínimo rayo solar cayendo sobre mi piel lo sentía como un cuchillo. Tenía que esperar a que avance la tarde, pero también salir con margen para no bajar del "filo" en la noche.

Había llevado pantalón largo y una remera térmica, ¡negra!, por si bajaba la temperatura demasiado; me puse ambas cosas. El cuello multifunción lo terminé usando para cubrirme el rostro del sol. En la cabeza, gorra, lentes y en las manos el rompevientos y una toalla enrollados. Y así, disfrazado de bereber, con el calor que hacía, apenas tomando unos sorbos de agua (no había agua mineral en el pueblo, ya no podía tomar más gaseosa, y desconfiaba de aquella agua de un arroyo que daba a una mina), caminé arrastrando la bicicleta cuesta arriba durante más de dos horas y media. Al llegar al camino Merlo-La Cruz estaba de última. Me tuve que bajar en alguna que otra subida no tan difícil en circunstancias normales y caminarla. Por suerte, en aquella soledad, pasaron dos chicas en una moto y me llenaron la caramañola con agua mineral. Una de ellas era maratonista y se imaginó lo que estaba padeciendo apenas habiendo comido y tomado poca agua.

Ya bastante renovado, llegué por fin al asfalto y al magnífico descenso. Delante, el paisaje del atardecer parecía un lienzo. El sonido de las cubiertas zumbando fue música para mis oídos. 40, 50, hasta 66 Km/h y basta, porque el viento se empezó a sentir, dándome un poco de miedo. De pronto, vi que detrás de un promontorio, en una curva cerrada, los pastos se movían demasiado. Alertado, la tomé muy lentamente. La decisión fue acertada: una terrible,inaudita ráfaga cayó sobre mí. Lo increíble es que tuve que bajarme de la bicicleta y ¡caminar!. Caminar en el lugar menos pensado después de haber estado caminando todo el día. Al girar y tener el viento en contra (y no lateral) pude volver a subirme, pero... ¡tuve que pedalear!, porque casi no avanzaba a pesar de la pendiente que había. Por suerte, al seguir bajando el viento aminoró bastante (pero a la noche se sintió fuerte en la ciudad). Más tranquilo, pude llegar sin problemas e ir a una farmacia para comprar una crema que aliviara mi piel.

¡Por fin, logré concretar la salida que tanto esperé a pesar de la oposición de Febo y Eolo!